Sus pensamientos re aparecen cuando
sale de tomarse un largo baño de agua extremadamente caliente. Tiene la cara
con manchas rojizas, el agua le hizo daño nuevamente. Observa con extrema atención el sillón que le
obstruye el paso del baño a la habitación, tiene mucha energía puesta en
mirarlo. Necesita descansar, se dice, eso es lo que necesita. Se desploma casi
contenta en el sillón. Trata de que su piel haga un contacto placentero con ese
mágico lugar de comfort. Piensa, debería tener una latita de algo fresco, podría tomar una de la
heladera... algo frutal, algo... delicioso. Ella quiere ver la televisión,
quiere despejarse. Trata de hacerlo, -me voy
a tomar una latita rica y mirar algo interesante mientras me relajo,
el televisor está en el mismo canal hace tres días. El control estaba roto, o
no andaba muy bien remoto, está en algún lugar, no sabe mucho más de él.. -Voy a mirar ese ciclo de cortometrajes
belgas, hoy es el día, piensa. Mientras tanto trata de recordar en qué
canal lo pasaban y observa la tv y deja que se exprese sola mientras se
recuesta aparentemente cómoda y se estira. El sillón es finito, ella piensa qué sillón tan finito, si durmiera aquí
seguro me caería, me caería y me
golpearía. No puede concentrarse en otra cosa ahora. -Además es alto, si me caigo me golpeo, ese el problema. Cotinúa
recostada, sus músculos están algo tensos.
-Voy a despedazar ese sillón que pareciera ser de otra casa. Piensa.
-Es espeluznante la idea de que esta trozo de algo inmensamente feo haya
formado parte de mi hogar. Anastasia entiende que es un sillón, no es algo
amenazante, simplemente... simplemente...
Busca entre sus cosas un papelito
amarillo, pero sólo halla monedas. Las monedas le dejan las yemas de los dedos
salpicadas de cosas indescifrables y minúsculas, migas, polvo, sustancias
pegajosas. Pero ella no se pregunta qué va quedando en su piel durante la
búsqueda de aquel papel. Simplemente se frota los dedos de una manera dinámica
y casi imperceptible para ella.
-Dónde
está, seguro alguien lo encontró y lo tiró, sin preguntarme.
Cuando Anastasia quiere llamar a
alguien que debería haber llamado hace tiempo y no encuentra su número una
sensación intensa de culpa se apodera de ella. La sensación de un repetitivo
error de dejar pasar el momento. De un momento a otro decide sentarse en su
escritorio, enciende un cigarrillo, alcanza con dificultad su esmalte de uñas
que está asomándose en su cartera, simplemente asomándose, fácil de ubicar. Con
el cigarrillo encendido en su boca marca con una mano un número en el teléfono
mientras que la otra abre admirablemente sola el esmalte.
-Hola
Anabella, soy Anastasia, sabía que no estarías en casa, quiero contarte de un
sillón. Tengo un sillón en casa, lo tengo casi sin uso, porque como no estoy nunca...
como no estoy nunca… Bueno en fin, no importa, el caso es que podría quedar muy
bien en tu departamento. Me imagino, sólo es una suposición. No me gusta
deshacerme de las cosas sin encontrarles un hogar nuevo y seguro. Es un sillón
muy querido, como quien tiene un gato. O como quien tiene un ser amado. Llegó
la hora de darlo, a alguien que pueda disfrutar de él. Si querés pasar a verlo
mañana en la oficina te doy mi dirección, o venimos juntas en algún momento
libre. Espero estés muy bien. Soy Anastasia, perdón, no sé si te dije, te llamo
después. O te veo mañana. Hasta luego.
Corta el teléfono y se imagina la casa
de Anabella, su joven secretaria. Ya se la había imaginado antes, pero ahora
ubica el sillón dentro de esta. Es perfecto, piensa. Podría haber
pensado en Ernesto y Javier, la joven pareja de contadores que trabaja en la
oficina de al lado de su estudio. Pero presiente que Anabella estaría
agradecida de este ofrecimiento aparentemente generoso. Más agradecida que
ellos, piensa. Ellos tienen suerte, tienen a alguien. Son Ernesto y
Javier, Ernesto tiene a Javier y Javier
tiene a Ernesto, pueden dormir en un colchón roído, en el suelo, mirando
películas que ya vieron en un canal de aire a la una de la mañana que nada los
detiene. No necesitan visualizar un mobiliario armónico, pueden convivir con
trastos, con incoherencias estéticas. Sus atuendos lo demuestran.
Anatasia se prometió no nombrar la
palabra felicidad. Recuerda esta autopromesa y no sabiendo qué hacer ante ella
se queda sentada en el extremo del sillón con el esmalte de uñas semi abierto y
su boca cerrada. Sin bebida ni otros entretenimientos. Y en su quietud, trata
de dejar de pensar en las casas de los demás.
txt: Vanina Montes
http://about.me/vaninamontes
foto: Santiago Ortí
foto: Santiago Ortí
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