Llevaba una hora mirando la página en
blanco, intentando razonar en mi cabeza qué era lo que había pasado esa noche.
No tenía sobre qué escribir y no estaba lo suficientemente borracho como para
no poder escribir. Tenía un cúmulo de sensaciones aplastándome pero no podía
plasmarlas en papel. Mi cenicero rebalsaba colillas y cenizas. El tiempo pasaba
sin que me diese cuenta y la hoja seguía en blanco. Vi la mañana aparecer en mi
ventana, el sol ya estaba saliendo sin traerme alguna conclusión. El parque ya
se veía florecido y con una niebla tenue cubriendo el pasto verde. ‘NO SE QUE
CARAJO ESCRIBIR’ tipié con fuerza y enfurecido. Miré la botella y me di cuenta
que había tomado bastante, sin embargo, terminé lo que me quedaba en la taza.
Agarré mi celular y llamé a la oficina para avisar que estaba enfermo.
Me quedé sentado frente a la maquina,
con la taza vacía, saboreando la palabra enfermo
en mi mente y pensando cuánto de esa palabra era cierto. Mirando la frase
que no me servía para nada en la hoja amenazadoramente blanca, con la mañana
cada vez más violenta en mi ventana. Los colectivos que antes pasaban lentos y
perezosos, de a intervalos largos entre un colectivo y otro, ahora pasaban
furiosos, nerviosos... la ciudad había despertado. Tenía esa sensación de estar
buscando una palabra que no lograba encontrar, pero dejé de buscarla, no iba a
encontrarla. Ni la palabra, ni la frase, ni la respuesta… ni siquiera sabía
cuál era la pregunta. La mañana seguía amenazando en mi ventana, me mandaba a
la cama. Otra vez más, veía al sol nacer antes de irme a dormir.
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