I. Soñó con una
presa sesentona, lenguaraz, de malla entera floreada.
Sueño
recurrente. Víctima recurrente.
II. Se levantó
tempranito, antes de que el chaperío sea un horno.
El dolor de
cintura. Molestia de mierda.
III. Tomó unos
mates, haciendo tiempo hasta que la marea baje del todo.
Don turista,
tanto que le gustaría vivir frente al mar, oiga, le cambio la residencia.
Venga, disfrute de mi casa frente al mar. Voy, disfruto de su aire
acondicionado y su televisor.
Pensamiento recurrente.
Suspiró.
IV. Atascada en
el tiempo quedó la primera pleamar del día.
Fue en busca del
gancho. La gorra. El balde blanco.
Caminó. Caminó.
La cintura.
V. Media hora de
marcha hasta llegar a las rocas de siempre.
Acá se
amontonan. Lejos de la gente. Bien hacen.
VI. Tres
horas para juntar treinta y cuatro pulpitos.
Destreza y
concentración que en temporada se traduce en negocio.
La cintura
chillando, todo el tiempo.
VII. El regreso.
Media hora más. El sol que lo apuñala.
El almuerzo (pan
y mortadela. Gaseosa Patagonia de pomelo, fresca). Manjar.
VIII. La siesta.
¡Oh! Otra vez el sueño… La vieja chillona. La malla floreada.
IX. Lo peor:
Salir a vender.
Más caminata.
Poner el rostro ante la gente, gente, gente.
X. En el
horizonte una malla floreada.
Mueca de gozo.
Señora que no
deja de conversar con ese tono de voz…
(Está tan
distraída, pobre, ¡mamita! je).
Y ahí va,
encorvado, al acecho, a sacarse el cansancio de encima:
¡¡¡Hay
pulpitooooo!!!
Grito vengador
que enciende otro grito. Un chillido terrorífico. El susto hecho carne en
semejante alarido.
La risa
colectiva.
La cintura que
ya no duele.
Su revancha.
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