‘¡Mariám!’ exclamó Heli enojado. Aunque no estaba
enojado con su desventurada hija, sino consigo mismo. Sabía que de alguna
manera sería castigado por lo que haría. Estaba a punto de entregar a su única
hija a un centurión romano, para convertirla en una puta más de los
campamentos.
‘Sí, Abba.’ Respondió Mariám con dulzura al llamado de
su padre, al mismo tiempo que se levantaba sin atreverse a mirarlo a los ojos
por el respeto que sentía hacia él.
Heli le dijo que vista sus mejores ropas ya que lo
tenía que acompañar a visitar a unas personas. Hannah lo miró, como queriendo
preguntar dónde irían. Aunque no quería faltar el respeto de su marido. La
mirada fría de Heli hizo que vuelva a sus labores.
‘¿Y el pan?’ preguntó Heli enervado al ver que su
mujer lo miraba. Le respondió que ya faltaba poco. Heli salió al patio y se
sentó en la mesa. Pensativo. Odiándose y lamentándose a sus adentros. Sus ojos
estaban rojos, llenos de sangre y cansados. Ojos de borracho.
Al cabo de unos minutos apareció Hannah, dejó sobre la
mesa un pan recién sacado del horno y un pedazo de queso. ‘¿No bebo nada? ¿Soy
un camello?’ preguntó enojado. Hannah trajo un terrón de agua endulzada con
miel y un jarro de madera, para instantáneamente volver y perderse en la casa
siguiendo con sus labores.
El viejo Heli se quedó sentado, pensativo, pobre y
borracho. Comía lento y pensaba en como haría para seguir ganándose el pan. Ya
no tenía a quién pedirle dinero y sabía que ya no podía contar con la dote que
pagaría Yusef para desposar a Mariám. Además, sabía que su familia sería pronto
repudiada. La deshonra caería pronto sobre su casa.
Se levantó. Tenía que volver al campamento para pagar su deuda o pronto
entrarían los romanos a su casa, violarían a su mujer e hija y luego lo
matarían. ‘Mariám’ dijo con una especie de dolor en su corazón al entrar. ‘Hay
que partir.’ Salió de la casa y su hija lo siguió. Caminaron por las calles en
silencio entre mercaderes y mendigos. Miriám no se atrevía a preguntarle a su
padre a quién irían a visitar. Sentía un respeto y amor profundo por su
padre y confiaba que donde la llevaría sería un lugar grato para ella. Aunque
la incertidumbre la emocionaba tanto como la asustaba. Miraba de reojo y
disimuladamente el rostro de su padre, y se daba cuenta que algo andaba mal. No
era el mismo rostro angustiado y rencoroso que conocía. Ahora podía ver que su
padre estaba genuinamente preocupado y dolido. Con cada paso que daba su
angustia crecía. La de Mirián al igual que la de Heli.
Mariám levantó la vista y se encontró rodeada de
soldados romanos. ‘¿Abba…?’ murmuró asustada dirigiéndose a Heli. La gente no
les prestaba atención. Pero intuía que era por ella que estaban ahí. Veía a su
padre hablar con uno de los soldados en un lengua inentendible para ella.
Heli, con los ojos llorosos, al terminar de hablar con
aquel soldado, miró a Mariám, se acercó y besó su frente. ‘Perdón’ dijo
suavemente, luego se volteó y emprendió su camino de vuelta. Cuando dio un paso
para seguir a su padre, un legionario la agarró del brazo y la tiró fuerte
hacia sí. Sin darse cuenta, Mariám empezó a llorar. No entendía que era lo que
estaba pasando, aunque se daba cuenta que su padre la estaba dejando a mano de
los romanos.
La arrastraron hasta las tiendas de campaña, como un
botín de guerra. Mariám lloraba desconsolada parada frente a ese centurión. Al
que le pertenecía gracias al infortunio que su padre tenía con el juego de
dados.
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