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comúnaño.

sábado, 1 de junio de 2013

La no tan inmaculada concepción

‘¡Mariám!’ exclamó Heli enojado. Aunque no estaba enojado con su desventurada hija, sino consigo mismo. Sabía que de alguna manera sería castigado por lo que haría. Estaba a punto de entregar a su única hija a un centurión romano, para convertirla en una puta más de los campamentos.
‘Sí, Abba.’ Respondió Mariám con dulzura al llamado de su padre, al mismo tiempo que se levantaba sin atreverse a mirarlo a los ojos por el respeto que sentía hacia él.
Heli le dijo que vista sus mejores ropas ya que lo tenía que acompañar a visitar a unas personas. Hannah lo miró, como queriendo preguntar dónde irían. Aunque no quería faltar el respeto de su marido. La mirada fría de Heli hizo que vuelva a sus labores.
‘¿Y el pan?’ preguntó Heli enervado al ver que su mujer lo miraba. Le respondió que ya faltaba poco. Heli salió al patio y se sentó en la mesa. Pensativo. Odiándose y lamentándose a sus adentros. Sus ojos estaban rojos, llenos de sangre y cansados. Ojos de borracho.
Al cabo de unos minutos apareció Hannah, dejó sobre la mesa un pan recién sacado del horno y un pedazo de queso. ‘¿No bebo nada? ¿Soy un camello?’ preguntó enojado. Hannah trajo un terrón de agua endulzada con miel y un jarro de madera, para instantáneamente volver y perderse en la casa siguiendo con sus labores.
El viejo Heli se quedó sentado, pensativo, pobre y borracho. Comía lento y pensaba en como haría para seguir ganándose el pan. Ya no tenía a quién pedirle dinero y sabía que ya no podía contar con la dote que pagaría Yusef para desposar a Mariám. Además, sabía que su familia sería pronto repudiada. La deshonra caería pronto sobre su casa.
Se levantó. Tenía que volver al campamento para pagar su deuda o pronto entrarían los romanos a su casa, violarían a su mujer e hija y luego lo matarían. ‘Mariám’ dijo con una especie de dolor en su corazón al entrar. ‘Hay que partir.’ Salió de la casa y su hija lo siguió. Caminaron por las calles en silencio entre mercaderes y mendigos. Miriám no se atrevía a preguntarle a su padre a quién irían a visitar. Sentía un respeto y amor profundo por su padre y confiaba que donde la llevaría sería un lugar grato para ella. Aunque la incertidumbre la emocionaba tanto como la asustaba. Miraba de reojo y disimuladamente el rostro de su padre, y se daba cuenta que algo andaba mal. No era el mismo rostro angustiado y rencoroso que conocía. Ahora podía ver que su padre estaba genuinamente preocupado y dolido. Con cada paso que daba su angustia crecía. La de Mirián al igual que la de Heli.
Mariám levantó la vista y se encontró rodeada de soldados romanos. ‘¿Abba…?’ murmuró asustada dirigiéndose a Heli. La gente no les prestaba atención. Pero intuía que era por ella que estaban ahí. Veía a su padre hablar con uno de los soldados en un lengua inentendible para ella.
Heli, con los ojos llorosos, al terminar de hablar con aquel soldado, miró a Mariám, se acercó y besó su frente. ‘Perdón’ dijo suavemente, luego se volteó y emprendió su camino de vuelta. Cuando dio un paso para seguir a su padre, un legionario la agarró del brazo y la tiró fuerte hacia sí. Sin darse cuenta, Mariám empezó a llorar. No entendía que era lo que estaba pasando, aunque se daba cuenta que su padre la estaba dejando a mano de los romanos.
La arrastraron hasta las tiendas de campaña, como un botín de guerra. Mariám lloraba desconsolada parada frente a ese centurión. Al que le pertenecía gracias al infortunio que su padre tenía con el juego de dados. 






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1. adj. Que, no siendo privativamente de nadie, pertenece o se extiende a varios.

2. adj. Corriente, recibido y admitido de todos o de la mayor parte.

3. adj. Ordinario, vulgar, frecuente y muy sabido.

4. adj. Bajo, de inferior clase y despreciable.