domingo, 16 de noviembre de 2014

Hache de Guillermo



Primero vi tus manos apenas iluminadas por la lámpara baja del café. Se movían al compás del habla. Lenta y grave. En algún lugar había un paño verde y tus dedos tocaban el labio en cada punto aparte. Con cada encabezado tomabas la taza. Y cuando pronunciabas las eses asomaba tu lengua con intimidad obscena. Y a mí se me alteraron las zetas, Guillermo. ¿Será tu nombre?Te lo preguntaría pero no quiero ser obvia por si te das cuenta que busco saber si tu lle salpica, si escupe tu erre cuando lo decís. También te masticaría la hache de un hola si tan solo me lo dijeras. Y sin permiso miraría tu conjuntiva mientras las té de mi nombre golpean mil veces contra la separación de tus dientes. Sólo puedo imaginar las haches de tu almohada, de tu huerto, y convertirme en paquidermo con el único fin de rimarte con mi yermo y desértico ectodermo. Lo digo. Desde mi mesa aspiro tus letras y las guardo, todavía tibias, por si un día ya gastados necesitamos de palabras enteras para llenarnos, después de que una muerte pequeña haya agotado hasta las haches de nuestros huesos que, al final, yacerán todas juntas, imperceptibles, como nuestros lazos y obvias como mi silencio; sólo si Guillermo fuera tu nombre y me miraras, en alguna oración.



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