sábado, 15 de noviembre de 2014

Las trampas de la siesta




*A mi abuelo Julio

El negrito almuerza rápido y raja pa´fuera. Con su gomera nueva, camina silencioso, atento, por los senderitos. Dice que está cazando lagartijas, aunque todavía no vio ni media.
La siesta está difícil, allá, cerca de la estación Tilquicho. El sol cae filoso y el niño va con el ojo agudo fundiéndose en el paisaje del monte. Es libre. Es niño. No piensa en la libertad, solo la vive. Cuando la piense dejará de ser libre. Ni bien cavile, dejará de ser niño.

Sólo una vez al día pierde su bravucona soberanía. Es a eso de las dos y media, cuando la vieja (madre de otros diez) lo llama “Julio, vení pa´dentro,” y -actuando unas quejas- el negrito tiene que meterse.
El bandido, que tanto necesita estar afuera con su honda o lo que sea, no hace tanto berrinche ni tampoco se revela.
La vieja, como siempre, lo espera sentada en la mecedora y le pide que le revise los piojos. El negro, tramposo, retruca:
-Oh!… ¿Por qué? Oh…- con las manos en los bolsillos mira hacia abajo, arrastra los pies y patea como si hubieran piedritas.
- Da´ negro, que me pica. Da´, que la ma tá cansada- la vieja se hamaca con la cabeza echada hacia atrás.
Impostando cara de fastidio, el peque comienza a investigarle. Se regocija, pillo, a espaldas de su madre. La revisa un poquito, la peina otro poco, mientras ella comienza cabecear.

Cogotiando por el costado el negro alcanza a ver cómo esos ojos negros se van poniendo chinitos. Le rasca despacito el coco y fricciona con la yema de los dedos.
La vieja, si bien resiste, cabecea con más frecuencia. Y el niño lleva una sabandija emoción por dentro, porque está concretando el plan.
Claro que se le hace difícil manejar la ansiedad en esos momentos, pero, por experiencia, ya sabe que mientras más suave le frote, más rápido logrará dormirla.
Cuando la vieja larga el primer ronquido el negrito se caga de risa por dentro y por fin va en busca de su onda. Abre la puerta con una dulce minuciosidad y sale en puntas de pie.
El sol le pega fuerte en la cara. Orgulloso de su travesura se aleja de la casa hasta que puede correr en busca de lagartijas.
...
Y ni cuenta se da que la vieja se sonríe, espiando por la ventana. Ni cuenta se da.

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